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¿Una escuela cristiana?

Ignacio Villota
Historialaria eta abadea
BAMeko irakasle eta zuzendari ohia

Se entiende, así lo entiende la gente, que todos los centros escolares de titularidad eclesial, desde la Universidad de Deusto hasta la Ikastola Begoñazpi, y desde el Colegio San Pedro hasta el de la Inmaculada Concepción, que se titulan cristianos porque, o son de titularidad diocesana o de alguna institución de la Iglesia cumplen con todas las exigencias de su ideología religiosa. En todos los casos, en sus programas, detallan con precisión los valores humanos y, sobre todo, cristianos que adornan su quehacer educativo. Cuando los obispos van a Roma, cada equis años, a dar cuenta al Papa de su trabajo pastoral, por ejemplo, en la educación, le presentan unos números brillantes de alumnos y profesores, inmersos en un cristianismo acendrado. Si unimos los niños y jóvenes de todo el mundo que, supuestamente, reciben una educación cristiana, se genera una visión optimista del presente y del futuro del cristianismo.

No veía, así las cosas, en 1962, el Obispo de Bilbao, don Pablo Gúrpide, sucesor de don Casimiro Morcillo. Organizador este obispo de la recién creada Diócesis en 1950, fue el autor de los mejores documentos de la Diócesis de Bilbao sobre el mundo del trabajo y de la empresa.

Don Pablo había llegado a Bilbao en momentos oscuros de los quehaceres pastorales. La vida en Bizkaia se desarrollaba en el seno de un aplastante régimen político, fruto natural de una guerra civil promovida, en gran parte, por la derecha económica y apoyada casi en su totalidad por el episcopado. Esa derecha económica se aprovechó durante varias décadas de una autarquía económica que, a través de una rabiosa especulación, multiplicó los capitales sin tocar los salarios. Es el Segundo Imperio de Neguri, sostenido, como el Primero, el de la explotación de la minería del hierro, mediante una inmigración a Bizkaia en condiciones duras y crueles, que provocó la construcción de un mar de chabolas que habían de ser construidas por la noche, pues por el día las tenían que destruir los bomberos. De tal Guerra Civil, la clase obrera que, ya desde la crisis de 1929 había quedado sumida en el paro y la desolación, vio cómo se recrudecía su dolor. Malvivía en la Margen izquierda de la Ría y en otras zonas industriales de Bizkaia. La violencia ambiental, la falta de alimentos y la especulación (estraperlo) ahogaban a la población.

En ese contexto, en los inicios de la década de los sesenta se dio un gran malestar en la población industrial. No es que Don Pablo fuera un inquieto apóstol de las fábricas, pero tuvo la gran visión de elegir como colaboradores en la pastoral obrera a sacerdotes de altísima calidad intelectual y pastoral como Anastasio Olabarria y José Larrea. 

Alertado por estos sacerdotes, y con ocasión de la publicación de la encíclica de Juan XXIII, Mater et Magistra, en 1962, dio a la luz una Pastoral, con ocasión de conflictos sociales en la Ría. 

A pesar de que poco tiempo antes había firmado otro documento, loando el quehacer de los colegios de la Iglesia, ahora, impresionado por la realidad que sus curas le delineaban sobre la condición cristiana de sus colegios, de su educación para la vida social y económica, en una palabra, sobre la justicia y la ética social, como imprescindibles para cumplir con la esencia del Cristianismo, el amor, dice:

La casi totalidad de nuestra burguesía ha recibido su formación en los colegios de la Iglesia o en instituciones abiertas a la acción pastoral del sacerdote. Y, a la hora de actuar en la vida económica-social, ha revelado profundas grietas. ¿No será debido, en parte, este hecho a que la educación que recibieron se reducía casi exclusivamente a los problemas de moral individual?”.

Sí, don Pablo, eso ocurría en mis tiempos, hace 70 años y hoy. Es verdad, el ideal de pureza, castidad y piedad, a transmitir a los niños y adolescentes y formar personas puras, castas ha sido y es el ideal hoy. Pero esto, posiblemente, es un ideal católico, del que se gana la salvación, distinto que el del cristiano, que pone su vida y el ejercicio de la justicia al servicio del amor, porque sin justicia, a lo sumo, lo que puede haber es beneficencia. Pero, esto es otro cantar, del que hace años habló el Papa Francisco. Sencillamente, el blanqueo de dinero en los donativos en la Iglesia es una pura blasfemia.

La gran revolución hoy en la Iglesia sería inculcar en la enseñanza las exigencias de la justicia y de la moral social, como vitales para amar incondicionalmente, que es la esencia de nuestra fe.